29 marzo 2009

Aeropuerto

Dícese del plato de chifa al paso que combina tallarín, arroz chaufa y huevo. Y dícese de aquel monstruoso edificio que puede combinar sentimientos con la misma gracia (o desgracia) que el cocinero del chifa al paso.

Dicen que la sección de embarque de cualquier aeropuerto es la más triste del mundo, y que la de llegada la más feliz. Puede ser. Pero, para que en un lugar la puerta de llegada sea feliz, tuvo que haber una puerta de salida que también lo sea ¿Y qué de la gente que adora viajar, y que de aquellos que detestan regresar? ¿No cambia eso el sentido de las salidas/llegadas?

Me gustan los aeropuertos como me gustan los terminales terrestres. Funcionan, siendo exagerada, como una suerte de purgatorio. O como sala de espera frente a una puerta, donde no tienes idea que encontrarás al abrirla, y esperas sentado como mejor quieras esperar, porque sabes que se abrirá en cualquier momento. Me gusta la imagen de una persona esperando que llegue el momento de cruzar las puertas, de cruzar el cielo y llegar a una nueva aventura, a un nuevo paisaje, una nueva pieza del rompecabezas de la vida. Buenos o malos, de los viajes siempre he traído mis pulmones purificados y mi maleta con souvenirs cuyo peso no es contabilizable en los controles de las líneas aéreas. Los aeropuertos / terrapuertos para mi son una suerte de pasaporte para poder mirar algunas cosas de otra forma.

Estoy a cuatro horas de mi siguiente vuelo, y estoy contenta. A pesar de que será un viaje de ida y vuelta. A pesar de que siempre que esté en un aeropuerto le tenga cierto temor a la canción de Ismael Serrano, que curiosamente es una de mis favoritas. Y sobretodo, a pesar de que siempre le tendré miedo a los aviones.

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