01 enero 2016

Escribir para vivir y morir



Cuando escogí vivir de escribir no pensé que cada intento se volvería una pequeña muerte. No me refiero al orgasmo placentero, aquello que los franceses en su poesía léxica llaman petit morte, sino a una muerte dolorosa, angustiante. Una muerte precedida del terror de quien sabe que se le acaba la vida y la esperanza de hacer algo mejor con ella.

En cuadernos, hojas, servilletas o en la computadora. Escribir y dejar nacer un texto es acabar con la esperanza de perfección o imperfección de aquello que aún no existe, y no saber si se estará a la altura de las circunstancias de lo que significa vivir.

Los textos, más que la gente, necesitan justificar su existencia y ganarse un lugar en el espacio y tiempo de las personas, creo. Por eso detesto los textos mediocres, hechos para salir del paso. Uno no puede volcar su alma con mediocridad, y si no escribes volcando tu alma en un texto, mejor es no escribir. Por eso escogí vivir la vida escribiendo y leyendo. Honrando a las palabras.

Tal vez por eso dejé de escribir en serio tanto tiempo, porque no me veía lista para seguir dejando el alma en las palabras, porque no era esa el alma que quería dejar en lo que escribo o porque no quería ver el estado de un alma confrontada con lo que quiere, lo que no quiere, lo que tiene, con lo que no sabe tener y lo que no sabe no tener.

Este es un nuevo intento de propiciar pequeñas muertes para no ser una muerta en vida.

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