29 marzo 2009

Aeropuerto

Dícese del plato de chifa al paso que combina tallarín, arroz chaufa y huevo. Y dícese de aquel monstruoso edificio que puede combinar sentimientos con la misma gracia (o desgracia) que el cocinero del chifa al paso.

Dicen que la sección de embarque de cualquier aeropuerto es la más triste del mundo, y que la de llegada la más feliz. Puede ser. Pero, para que en un lugar la puerta de llegada sea feliz, tuvo que haber una puerta de salida que también lo sea ¿Y qué de la gente que adora viajar, y que de aquellos que detestan regresar? ¿No cambia eso el sentido de las salidas/llegadas?

Me gustan los aeropuertos como me gustan los terminales terrestres. Funcionan, siendo exagerada, como una suerte de purgatorio. O como sala de espera frente a una puerta, donde no tienes idea que encontrarás al abrirla, y esperas sentado como mejor quieras esperar, porque sabes que se abrirá en cualquier momento. Me gusta la imagen de una persona esperando que llegue el momento de cruzar las puertas, de cruzar el cielo y llegar a una nueva aventura, a un nuevo paisaje, una nueva pieza del rompecabezas de la vida. Buenos o malos, de los viajes siempre he traído mis pulmones purificados y mi maleta con souvenirs cuyo peso no es contabilizable en los controles de las líneas aéreas. Los aeropuertos / terrapuertos para mi son una suerte de pasaporte para poder mirar algunas cosas de otra forma.

Estoy a cuatro horas de mi siguiente vuelo, y estoy contenta. A pesar de que será un viaje de ida y vuelta. A pesar de que siempre que esté en un aeropuerto le tenga cierto temor a la canción de Ismael Serrano, que curiosamente es una de mis favoritas. Y sobretodo, a pesar de que siempre le tendré miedo a los aviones.

18 marzo 2009

Horario de Oficina

Trabajo de lunes a viernes, marco tarjeta una sola vez al día, a la hora que me acuerde y no tengo hora de entrada fija. Envídienme. Esta semana un amigo me habló del horario de oficina y me quedé pensando en ello.


Creo que los horarios "de oficina", dependen del estilo de vida de cada uno. Mi papá, por ejemplo, tenía horario de oficina las 24 horas, pues su oficina quedaba al costado de mi casa, y tenía clientes que toban la puerta de mi casa a horas insospechadas y en las circunstancias más inesperadas, con motivos inverosímiles.

Mi horario de oficina es sencillo: el horario en el que tengo chamba pendiente. Y como comprenderán, lo/as periodistas nunca estamos seguros de cuanto dura la chamba pendiente. Ayer salí de la oficina a la media noche, el lunes llegué a las 11 y salí a las 6, el martes entré a las 9 a.m. y salí casi a las 10 p.m., y excepto los días que tengo clases, es muy difícil predecir los horarios de salida, pero con todo y todo eso... me encanta mi horario de oficina.

Ahora, esa expresión también me recuerda a una amiga cuyo novio le decía que lo visite en horario de oficina, de 3 a 6. Y a un amigo que me decía que lo visite en su chamba, en horario de oficina, de 9 a 5.

Y recuerdo también cuandoalguna vez solté la frase "no atiendo a provincias fuera de horario de oficina" y una persona muy inteligente me dijo: "define el horario de oficina de un periodista, y define el horario de oficina de un amigo". Ahora trato de prescindir de algunas frases prefabricadas a la mala, y entendo cada día mejor, que para las cosas que quieres no suele existir horario de oficina, y no sueles mirar el reloj, a menos que sea para esperar que llegue el momento de hacerlas.

Pd. Me provocó dejar una canción que esta semana fue parte especial del soundtrack de mis horarios de oficina periodísticos...

13 marzo 2009

Llueve en Buenos Aires (I)

En el torturante sol limeño siento la lluvia bonaerense. No estoy contando cuentos raros ni le he metido nada raro a mis cigarrillos. Hasta mi oficina en el Centro de Lima, sentí el producto de las nubes que Baires derrama sobre sus habitantes.

Algunas cosas llegan en excelentes o en buenos momentos. Otras en malos. Otros en neutros (que son odiosos). Otras en los peores. Cuando llega algo bueno en un mal momento, o visceversa, no siempre puedes recibir al recién llegado como se merece: con un abrazo, una patada, o algo más que un "joder!" "justo ahora", o "por qué yo". Y casi siempre es tranca de asimilar. Pero hay cosas sencillas que llegan en momentos precisos. Por ejemplo, a mi me llegó la noticia de que en Baires llovía y me puse jodidamente feliz, aunque sé que hay personas a las que esa lluvia les cae triste. A mi la lluvia me cae bien en cualquier momento. Me gusta porque, como dice un amigo mío, caminar bajo la lluvia es como si te lavaras la nostalgia.

Y pensando en eso salí a la calle, y en Lima también intentó llover. Al menos, hizo el intento.



Pd. el embed no es para mirarlo, sino para escucharlo.

09 marzo 2009

Un libro feliz

Tenía necesidad de un libro feliz. Ojo, no de Cohelo, ni El Delfín, ni la Vaca, ni el Queso, que esos para mi no son felices, sino adormecedores.

Sucede que presento un cuadro de saturación de muertes, misterios, asesinatos. Del ser humano en sus fases más sublimes y más perversas. De la soledad, del vacío. Del mundo emo con caché, nunca llamado emo porque no era apropiado o porque cuando se escribió el libro la palabreja no estaba de moda. Y fue una (pesimista?) revisión a parte de mi biblioteca la que me llevó de la mano a Crisol en busca de un libro donde sus protagonistas no sucumbieran ante la melancolía de todo aquello que les es ajeno, cuasi cantando que "no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió", con Sabina. No pues. Yo buscaba literatura... digamos... 'feliz'.

Y entonces sucedió. A lo Kevin Arnold, un amigo puso en mis manos un libro cuya contratapa decía lo siguiente: "Conejo de viaje es un libro feliz, recopilado de varios cuadernos felices". Liniers vino a mi rescate. 'Maaanya' me dije. Sonreí como cuando en mi primer Halloween, disfrazada de... (que importa) se llenaron mis espectativas (y mi bolsa) de caramelos. Pero como no todas las historias pueden ser taaan felices, los 59 soles que marcaba el libro, me arrancaron la sonrisa, pero no la sensación.


Al final salí con mi lista de pendientes aumentada en uno, y con "Macanudo" (la 01) y "Rosario Tijeras" en la cartera. Vaya con lo volátil que fue el significado de 'literatura feliz'. Pero fue una compra feliz, a pesar de todo. Como casi todos los días perfectamente reales de la vida.

08 marzo 2009

Oído a la música

Es mejor tener el volúmen del mp3 en 10, que en 30. No, no formo parte de una campaña para reducir índices de sordera, sino de una para poder disfrutar las melodías que del aparatito salen.

Lo malo es que salir por las calles de Lima (no puedo hablar por otra capital, ya que es la única que conozco por el momento) y pretender escuchar música a 10 de volúmen es imposible. Sobre todo si trabajas en el Centro de Lima - cuyos problemas de tránsito harto conocidos por los limeños prefiero no detallar - o si te movilizas de un distrito a otro en horas "punta" (en las que parece que todos los carros que circulan en Lima decidieron ir en la misma dirección que tú).

Pero me refería a las ocasiones en las que uno puede bajar el ritmo (taqui)cardiaco al día. Hace un par de meses (el 2009 avanza muy rápido), pasé todo el día en las alturas de extremo occidente leyendo, y fiel a la tradición, sucumbí a la intención recurrente de ponerme los audífonos y mimetizarme con mis sábanas. Y claro, en la tranquilidad de mi guarida, el 30 reventaba los oídos y me causaba un nauseabundo dolor de cabeza. En cambio, el 10 me enseñaba a diferenciar los tiempos del bajo, los secretos de la guitarra y hasta los engaños de los altibajos vocales.

No es que sea la primera vez que escucho música en la tranquilidad de mi camarote. Fue la primera vez que me percaté de las ventajas de escucharla más bajo que de costumbre. No en 30, sino en 10. Placentero, riquísimo, aleccionador, escapatorio. Y además, remedio contra la 'sordera'! No todo tiene que gritarse... hay cosas que se sienten mejor en decibeles bajos.