29 noviembre 2009

Equipaje de viaje

Dicen que las mujeres siempre cargamos más peso del que necesitamos en nuestra maleta / cartera / mochila / bolso de viaje / maletera del auto. Lo más probable es que sea cierto, sobre todo cuando la palabra cachivachera termina siendo un adjetivo para definir a la fémina en cuestión. Bueno, el "por si acaso" suele jugarnos una mala pasada a veces, a muchas de nosotras, aunque también es cierto que hemos sacado de apuros a decenas de personas cercanas a nosotras (y a nuestras carteras) gracias a ese sobrepeso. ¿De qué se quejan, si por último el sobrepeso lo cargamos nosotras?

El caso es que todo este rollo se me viene a la cabeza por mi último viaje: viajé solo con lo justo y necesario en la maleta, hasta sin necesidad de meter equipaje en la bodega. La bolsita con las piedras pesadas venía en el equipaje de mano y su destino era quedarse allá, en las tierras de mis añoranzas cajamarquinas.

Pero cuando regresé, estuve a punto de pagar US$23 por sobrepeso, cortesía de mis tíos y sus recuerdos a la familia. Gracias a Dios y a la benevolencia de la señorita trabajadora de Lan, no pagué dicha suma, solo tuve que viajar cual ekeko, cargando además de mi bolso de viaje, una retahila de bolsas y mi maletín-el cual por alguna razón pesaba mucho más de lo que pesó dos días antes, cuando recién llegaba-. Mi bolsita de piedras, por su lado, fue terca y me siguió. Y por alguna razón extraña trajo una carga solo comparable con la cantidad de desmonte que dejan los obreros de construcción civil a su paso en una manifestación.

Ya dejé todos los encargos en casa de mi madre, pero aun no termino de deshacer la maleta, y apenas he chequeado porque construcción civil cargó mi bolsita de piedras, aunque no seamos tarugos, cada quien sabe cuando falsea el contenido de su bolsa (por eso no te creo Francis Allison!) Apuesto a terminar de vaciar las bolsas antes del próximo viaje... me lo prometo. Y, vamos, me lo merezco.

09 noviembre 2009

Noviembre, para mi

Mio, todo mio. Noviembre se caracteriza por pasar casi desapercibido entre los comerciales de panetón y las cuentas que uno hace para tratar de regalarle algo a todos los que quiere (o dice querer). Noviembre para mi nunca ha existido, ha sido siempre la continuación del turrón de octubre que se abre paso entre las primeras caritas de Papá Noel que aparecen en el mercado.

Pero este año me propuse hacer que exista. Y a la par de aderezarlo con el primer mes de mudanza, y todo lo que ello conlleva (aprendizajes superpuestos que le llamo), toca volver a viajar a un lugar que de mi depende rescatar mis mejores nostalgias y ponerle algunos puntos de color en medio del paisaje perpetuamente decorado en una preciosa escala de grises. Regresando toca escuchar al gran Juan Carlos Baglietto, a cantar que solo se trata de vivir (esa es la historia), tratando de tirar una moneda al aire...

Ah... yo quiero que este noviembre exista, y está existiendo. Lo estoy haciendo existir. He jurado solemnemente no quejarme de la existencia del lunes, ni del domingo, sino procurar hacer divertidos los días de la semana, que al final son tan poquitos que apenas se dan tiempo de existir los pobres, y tienen que recurrir a la repetición perpetua.

Y noviembre me espera hace meses con esto esto, con la oportunidad de gritar, entre otras cosas, "I wanna breathe that fire again" como se debe.

Una del posible set list... queda.

02 noviembre 2009

La hija y la luna

La luna llena siempre tiene historias. Románticas (en todos los sentidos de la palabra), melancólicas, depresivas, terroríficas, eróticas... ¿ninguna es feliz, o es que estoy viendo un mundo ensombrecido por algún artificio del que soy víctima de nacimiento?

La luna llena para mi es una guía, del camino que aun no existe, o que aún no conozco. El recuerdo de una niña de nueve años caminando a tientas por lugares desconocidos, sin más guía que la luna y la confianza traducida en una mano apretadando la mano de mamá y otra del guía, o de quien había que creer que guiaría la hora y media de caminata nocturna hasta llegar a nuestro campechano destino.

Hoy en mi Lima, la gris, preciosa, tugurizada y "culturizada" (como me dijeron hoy), la luna llena brilla más llena que nunca. ¿Y eso? Vaya usté a saber, que la luna es mujer y de las más complicadas. A mi la luna me trae recuerdos. Muchos, un montón. Recuerdos de cosas que pasaron, de cosas que pasarán y de cosas que me gustaría que pasen algún día, aunque sea un ratito.

Hay canciones de luna, muchas: desde la luna lunera cascabelera hasta la cincuenta versiones de Dancing in the moonlight, pasando por (qué feo recuerdo), la "luna" de Ana Gabriel (si usted no la ha escuchado, ni la busque, a menos que tenga tendencias masoquistas o intente hacerle pasar un mal rato a alguien).

A mi me gusta esta, la de Mecano, la de la Torroja, y no porque me recuerda una noche de luna, sino una madrugada de lluvia, aguacero torrencial (como la Torroja) y una de las primeras últimas despedidas de papá. Y me recuerda que los recuerdos más tristes también uno también se los fabrica, con toda la irresponsabilidad del mundo.