14 febrero 2010

Valiente(s)

Siempre creí que Valentín significaba valiente. Según he leído en otros diccionarios de nombres, que nunca tendrán la credibilidad que le doy al DRAE, parece que no es precisamente ese su significado. Dicen que significa robusto, saludable y otras cosas, pero para mi sigue significando valiente.

Cuenta la historia que un monje que ahora es santo, murió hace más de 1900 años porque se le ocurrió (felizmente para los interesados) desobedecer a un emperador y casar a gente a escondidas. Valentín fue entonces desobediente y valiente, pues sabía que si lo ampayaban (como sucedió), pagaría la "osadía" con su vida, como fue finalmente.El sujeto se las jugó por lo que creyó correcto, y quien se la juega por lo que cree, merece no solo respeto, sino que me saque el bombín y haga una respetuosa venia, sobre todo si no es letal para terceros (bueno, las ideas sobre el matrimonio las podemos discutir...pero ese no es el punto).

En realidad no odio tanto el día de san valentín. Lo odio tanto como solo puedo odiar la prostitución de fechas, pero eso es en general porque prostituyen (valga la redundancia) los ritos, pero me sigo sacando el bombín por quienes conservan la esencia del asunto. Por ejemplo, Virgie y Bubba, el par de tórtolos que han despertado mi vocación de magdalena fuentes al anunciarme que se casaban. Y que yo seré una de las que avale semejante aventura. Por Dios!

Firmaré feliz y mocosa el acta de matrimonio de este par, recordando el inicio de su historia con una versión distinta de una conversación en la catedral, donde las señales, el destino, el rey temporal y el rey eternal fueron las protagonistas. No tengo idea de si los wiyos durarán toda la vida (sería lo ideal, voto por ello) o no, y casi podríamos decir que tampoco me importa (en realidad sí, pero leánlo en el mejor sentido por favor). Me importa más su ahora, feliz.

Me parece increíble es que este par se agarre de la mano y decidan ser valientes a dúo, que se quieran lo suficiente como para apostar porque durará más allá de lo que los mortales pueden soportar la tentación de coger sus propias salidas de emergencia, y que tengan la intención de compartir todos los mundos posibles e imposibles de ambos. Voto por ayudarles a bloquear las salidas de emergencia y recordarles que en febrero del 2010 pensaron que debían tomarse fuertemente de la mano, llamar a los cazafantasmas para un servicio especial y rápido, amarrarse los pantalones, tomar su pastilla de valentinix forte y caminar juntos. Por mi, Amén

11 febrero 2010

Mujer al sol


Mujer al sol = charqui. Siempre me burlé de quienes viven para tostarse al ritmo antojadizo del sol veraniego. Nací en medio del esplendor del verano de 1983, tal vez por eso detesto lo detesto con tanto fervor. Ese año el Perú registró uno de los peores Fenómenos del Niño de su historia, por lo que los rayos ultravioletas y el bochorno que se sentía era, dicen los entendidos, más que insoportable.

Me gusta decir que mi madre estaba a punto de decir "o sales o te saco" mientras sufría bajo el vestido de maternidad, pues lo más probable es que sí lo haya dicho (aunque su vocación de mártir nunca la dejará confesarlo), sobre todo porque al final no salí: me sacaron. Es decir, madre tuvo que sufrir una cesárea perfecta para la línea del vikini para que yo pueda estar ahora, 27 años después, escribiendo estas paparruchadas. Pobre mi madre.

Ahora la tortura del calor ya no viene cortesía del Fenómeno del Niño, sino del calentamiento global que juega con el clima a su antojo. Yo lo sufro doblemente porque trabajo en el Centro de Lima y ahí no solo una está expuesta al sol, sino también al smog más persistente de la ciudad. En realidad a menos que esté desparramada en la playa, sin nada en qué preocuparme que no sea ponerme el suficiente bloqueador para no quedar en estado chicharronesco, nunca me verán cantando "sal solcito, caliéntame un poquito".

Siempre lo mejor del verano serán las nochecitas frescas. La sensación de juventud que trae el recuerdo de las vacaciones escolares. Los helados, cuando me derretía por ellos, y el cabello largo que nunca debí cortarme. La sensación de un futuro interminable. Las tardes de bicicleta (siempre ajenas, nunca mías). Y la idea de escuchar música soñando con desparpajo, o de esconderme bajo la cama a leer.

Los veranos, tal vez porque coinciden con mi cumpleaños (el 15 de febrero para los curiosos), me dan más que nostalgia del pasado, ganas de presente y futuro. Este verano cumplo 27 años. No me trauma mi edad, al contrario. Lo que me da miedo es no seguir creciendo.

03 febrero 2010

A quien corresponda

No, yo no quiero morirme sin ver antes una puesta de sol así, contigo.
Quienquiera que sea tigo.